Caminaba de
vuelta a casa por el atajo de siempre, la noche se cernía sobre él, la
oscuridad aplastante, y en el cielo, una luna llena grande y luminosa como un
foco de luz, alumbrando la senda que debía seguir para llegar a casa. No había
más sonido que su respiración y el sonido de sus pasos sobre el camino cubierto
de tierra y piedrecitas. Ni un sólo sonido procedente del bosque, ni una señal
que procediera de él, ni el piar de un pájaro, ni el sonido insistente de un
pájaro carpintero trabajando laboriosamente, ni ningún crujir de ramas
provocado por los pasos de un ciervo.
Nada.
Nate empezó a
ponerse nervioso, lo inquietaba la carencia de vida en el bosque, su
respiración empezó a acelerarse, empezó a sudar y a caminar apresuradamente,
con la mochila al hombro, sin rastro de ningún ataque, su brazo, libre de
escayola.
Caminaba con
la vista clavada en la tierra, sin mirar hacia adelante ni hacia atrás, y mucho
menos a derecha o izquierda, donde empezaban los límites del bosque.
No había vida
en el bosque, pero él sabía que algo lo perseguía, la sombra oscura iba tras él
y no tenía intención de dejarlo escapar, no esta vez.
Como para
confirmar su inquietud, un gruñido ensordecedor cubrió todo el bosque, Nate
cayó de rodillas en la tierra, tapándose fuertemente las orejas con las manos,
paralizado, hasta que el gruñido cesó. Se quedó de rodillas en el suelo,
respirando aceleradamente, mirando hacia todas partes, con la certeza de que la
sombra oscura se abalanzaría sobre él de un momento a otro.
Se puso en
pie, mirando hacia todas partes, agudizando el oído, esperando escuchar algo
revelador, algo que le confirmara o desmintiera la presencia de aquella sombra
oscura.
Entonces oyó
sus pasos acelerados, las ramas cediendo y crujiendo bajos sus enormes patas de
animal, venía corriendo por el bosque y sus pasos sonaban como el traqueteo de
un rinoceronte.
Nate echó a
correr, aterrorizado, sintiendo las patas del animal a su espalda, golpeando la
tierra del camino, escuchando sus gruñidos guturales y salvajes, sintiendo su
respiración en su nuca, sintiendo como el animal estaba a punto de atraparlo.
Pero antes de que éste lo atrapara se dio la vuelta y Nate lo vio, vio un
enorme lobo negro, lanzándose ya sobre él, con la boca abierta y una hilera de
dientes amarillos como cuchillas, sus ojos ambarinos, esos ojos color ámbar con
la pupila en vertical fue lo último que vio antes de que el lobo lo derribara,
abriendo sus fauces aún más, dispuesto a devorarlo.
Entonces
despertó, empapado en sudor frío, gritando y jadeando de terror, mirando a su
alrededor, estaba a salvo, estaba en su habitación, justo en su cama y el peso
de la escayola en su brazo terminó de devolverlo a la realidad, convenciéndolo
de que había sido una pesadilla.
Salió de la
cama y fue hasta el cuarto de baño, llenándose las manos de agua y cubriéndose
la cara, refrescándose y desprendiéndose del sudor de la horrible pesadilla y
mirándose al espejo. No vio a nadie extraordinario, sólo a un chico de
complexión normal, tirando a delgado, alto, de pelo castaño y corto y ojos
verdes.
Al volver a
su cuarto tropezó con su mochila, que descansaba en el suelo, totalmente
destrozada, la cogió, yendo hasta la cama y sentándose, examinándola con
detenimiento. Cuatro franjas la cubrían por completo, deshilachándola, cuatro
franjas como si cuatro pezuñas la hubiesen rasgado, haciéndola jirones. Y algo
más, algo blanco entre los jirones. Nate lo sacó, sin poder creerse lo que
tenía en las manos.
Una uña, una
uña completa, llena de tierra y con sangre en los bordes de la raíz, pero no
parecía una uña de animal, sino de humano. No podía ser de animal y mucho menos
de un animal tan grande, la uña era incluso más pequeña que las de Nate.
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