Skyler estaba sentada a la mesa con sus tíos, una mesa repleta de comida que no saciaría el hambre de ninguno de los tres, pero que se empeñaban en comer como si lo hiciera, sólo para aferrarse a esa vida humana que una vez tuvieron. La única diferencia era que el líquido rojizo que llenaba sus copas no era vino, y que Sharon, en vida, jamás disfrutó de comida como esa.
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